Por Héctor Apolinar
En los últimos tres años, la Tribu Yaqui ha recibido inversiones extraordinarias del gobierno del presidente López Obrador por alrededor de 13,000 millones de pesos, una cantidad de recursos no antes vista en apoyo a la tribu, los cuales forman parte del Plan de Justicia para la tribu.
Las inversiones abarcan la conformación de un nuevo distrito de riego, un acueducto, clínicas de salud, construcción de vivienda, agua potable, unidades deportivas y un centro de estudios universitarios.
Al anunciar el plan, el Presidente de la República explicó que es una forma de saldar una deuda histórica que el gobierno de México tiene con la tribu que fue sometida a una especie de genocidio durante el Porfiriato, que por poco la desaparece.
Confiemos en que esas inversiones en infraestructura económica y social le sirvan a la tribu a su desenvolvimiento, a realizar sus aspiraciones con base a sus tradiciones y concepciones ancestrales y actuales, no necesariamente coincidentes con las de una sociedad capitalista como la nuestra.
Con más instrumentos a su alcance la Tribu Yaqui puede hacer aportaciones significativas al renacimiento productivo y social en el Valle del Yaqui, que se ha estancado, sin ofrecer oportunidades empresariales y de empleo a las nuevas generaciones de cajemenses, que se han visto obligadas a emigrar a otras ciudades de Sonora y de fuera del estado.
Al mismo tiempo, la región ha visto crecer las actividades delictivas que colocan al Valle del Yaqui con altos índices de violencia como lo hemos visto.
No podemos hacer a un lado la existencia de diferencias al interior de la tribu en relación a lo que se hace. Hay prácticas clientelares arraigadas durante muchos años que no son fáciles de superar que surgieron en sus tratos con el viejo sistema político que gobernaba el país y con los grupos privados propietarios de tierras en el valle.
Lo que debe hacer ahora la tribu es una tarea que les concierne a sus integrantes. Pero es innegable que el presidente López Obrador ha hecho un esfuerzo extraordinario para apoyarlos.
Existen también tradiciones y creencias propias que merecen todo nuestro respeto y que proceden de su historia.
Sin embargo, eso no debe llevar a una división irreconciliable, sino que debe ser un aliciente para mantener el diálogo, negociar, entendernos como seres humanos, como ciudadanos sonorenses, con las particularidades derivadas de nuestras culturas.
A pesar de la existencia de resabios del pasado político, cada vez más superados, auguramos una nueva etapa en la vida de la Tribu Yaqui para bien de ellos y también de Sonora; cuentan con nuevas herramientas para lograrlo.