En esa guerra triunfaron los abrazos

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La guerra de los tres años, que estalló cuando el presidente Ignacio Comonfort desconoció la constitución de 1857, había llegado a un estado de estancamiento. El general Miguel Miramón al mando del ejército conservador no se cansaba de ganar batallas; pero el general Santos Degollado, al mando del Ejército Constitucionalista no se cansaba de perderlas. Degollado perdía sus batallas en el interior del país, logrando con esas derrotas que Miramón no volteara sus miras a Veracruz, donde sobrevivía el gobierno constitucional, encabezado por Benito Juárez.

En la guerra ya se había hecho costumbre fusilar prisioneros, sobre todo después de la matanza de Tacubaya (11 de Abril de 1858), cuando los conservadores al mando del chacal Márquez  no solo fusilaron a los oficiales y soldados liberales capturados, sino que mataron también a muchos médicos, enfermeros y otros civiles, adultos y niños, que estuvieron en el lugar equivocado. Después de la matanza de Tacubaya se agudizó la crueldad vengativa con la que ambos bandos trataban a sus respectivos prisioneros, en la que el fusilamiento y muchas veces la tortura se volvieron cosa común.

Transcurridos ya dos años y medio de guerra,  empezaba a brillar entre los liberales la estrella de Jesús González Ortega, gobernador de Zacatecas, que había recuperado la ciudad capital del estado cuando en marzo de 1860 Miramón trató fallidamente, por segunda vez, de tomar Veracruz.

A mediados de junio de 1860 sucede una batalla significativa, que cambiaría el curso de la guerra. En el estado de Aguascalientes, en la Hacienda de Peñuelas, González Ortega derrota a un cuerpo del ejército conservador. Pero en lugar de fusilar a los prisioneros, el general vencedor los deja libres sin condición. Y no solo eso, sino que le entrega al general derrotado, la cantidad de 500 pesos, para repartir entre los soldados liberados.

Como reguero de pólvora creció por el país la fama del gesto benevolente del general González Ortega, quien dijo que “no obstante el recuerdo de los fusilamientos de Tacubaya, era hora de dar muestra del respeto a los principios del derecho de gentes, y rescatar los justos sentimientos de humanidad”. Abrazos pues, no balazos.

Para agosto de ese mismo 1860, la suerte y la fama de González Ortega ya andaban en los cuernos de la luna. El día 10 de ese mes se enfrenta y derrota, en Silao Guanajuato, nada menos que al hasta entonces invencible general Miguel Miramón, reconocido por propios y extraños por su genio militar. Vencedor en Silao, González vuelve a liberar a todos los prisioneros “en honor a la bandera y progreso y civilización que defendemos”. Fulguraba esplendorosa la fama de los gestos humanitarios, de los abrazos, de Jesús González Ortega.

La guerra se acercaba ya a su batalla definitiva, que sucedió el 22 de diciembre de 1860, en Calpulalpan, Estado de México. González Ortega había sustituido ya a Santos Degollado como general en jefe del Ejército Constitucional. Miramón decide enfrentar al ejército liberal, que lo superaba dos a uno, confiado en su probada capacidad de estratega militar. En el fragor de la batalla, Miguel Miramón ordena una carga de caballería, al mando de su hermano Joaquín, tratando de romper el centro de la línea liberal. Pero sucede entonces un hecho que marca el curso de la batalla y con ello se decide el fin de la guerra: gran parte del cuerpo de la caballería conservadora se cambia de bando, influenciados, por qué no, por la fama humanitaria del general al que combatían.

Muchos factores determinaron la victoria definitiva del ejército de Juárez en la guerra de Reforma, la Guerra de los Tres Años. Entre esos factores debe contarse el comportamiento humanitario del ejército liberal en el último medio año de esa guerra. Los abrazos de González Ortega, frente a los balazos del chacal de Tacubaya, la fiera más sanguinaria del ejército conservador: el general Leonardo Márquez. Abrazos, no balazos. No anda errado nuestro presidente: frente a los balazos del crimen, el abrazo a la juventud, con becas, con educación, con salud, con deporte y arte. Apartar a la juventud del crimen con el abrazo de un estado de bienestar. Ese es el camino.

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