Agoreros y falsos profetas

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Por Jesús Ceceña Guevara

En la Edad Media muchas personas caminaban por los caminos, de pueblo en pueblo, anunciando el fin del mundo; se acercaba el año mil del nacimiento de Cristo y con eso iniciaría el juicio final según la interpretación que ellos hacían de la Biblia. Finalmente, el año 1001 llegó y el mundo siguió su marcha, pero los milenaristas continuaron convencidos pregonando el fin de los tiempos, sólo recorriendo la fecha cada tanto tiempo.

Sin embargo, algo sí había cambiado, el inicio del Siglo XI marcaba el fin de estructuras económicas y sociales que habían permanecido hasta entonces y marcaba el inicio de nuevos actores sociales y relaciones de producción que llevarían posteriormente al fin de la Edad Media.

Recientemente, con la ya inevitable aprobación de la Reforma al Poder Judicial, comentaristas, columnistas e intelectuales relacionados con gobiernos anteriores del PRI y el PAN se desgañitaron anunciando por medio de los medios de comunicación el fin de la democracia en México y el surgimiento de la tiranía (uno fue dramático al vaticinar el inicio de la monarquía), la devaluación del peso, la caída de la economía, el fin del T-Mec.

Por supuesto que estos modernos agoreros del desastre no actúan solos, cuentan con el respaldo de grupos políticos y económicos que ven en esta iniciativa un riego para sus intereses y privilegios.

Estos grupos –en el colmo de su exasperación– recurrieron al falso profeta de Ernesto Zedillo: el causante del error de diciembre, el mismo que eliminó a la Suprema Corte en 1995, el encubridor de las matanzas en Acteal y Aguas Blancas, el que remató los ferrocarriles y la petroquímica, el autor del Fobaproa, pero ortodoxo creyente del neoliberalismo y de las bondades que este modelo genera para unos cuantos. Zedillo se paró en su púlpito mediático para acusar que, “los nuevos antipatrias quieren transformar nuestra democracia en otra tiranía”.

La Reforma se aprobó, el peso no se devaluó y las inversiones siguen fluyendo hacia nuestro país y todo indica que la transición de poderes se llevará a cabo sin sobresaltos.

Los agoreros y los falsos profetas se quedarán pregonando en el desierto negándose a perder los privilegios que recibían del viejo régimen; no es el fin del mundo lo que les preocupa sino el fin de su mundo de prebendas e impunidad.

Es cierto que la Reforma al Poder Judicial no es la panacea a todos los males que padece México y que habría sido conveniente que la oposición se hubiera sentado a debatir la iniciativa para hacerle observaciones, pero su empecinada actitud solo jugó en su contra.

La Reforma al Poder Judicial no representa un riesgo para la democracia ni la economía del país, antes bien abre una posibilidad para seguir transformando la realidad que vivimos y salir del oscurantismo neoliberal.

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