Pies cansados

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Hace unos cuantos días, en La Mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador comentó que ya tenía listos unos binoculares para dedicarse a ver guacamayas en Palenque, ello, una vez que concluya con su mandato presidencial. Esa mañana, un nostálgico presidente añadió: «Mis pies ya van a descansar”.

La imagen de los pies cansados me llamó mucho la atención. Pensé en ese hombre próximo a llegar a los 71 años, que pasará a la historia como el presidente que logró detener el gravísimo deterioro en que se encontraba México y que sentó las bases para el resurgimiento de una nueva nación. Pensé en sus casi cincuenta años de lucha persistente en contra de una de las clases políticas más depredadoras de todos los tiempos: la neoliberal.

La imagen de esos pies cansados me inspiraron a escribirle las siguientes palabras al presidente. Se las comparto.

Presidente Andrés Manuel López Obrador:
¿Cómo no anhelar un descanso para tus pies cansados, cuando la mitad de tu vida la dedicaste a combatir la corrupción, a denunciar injusticias, a defenderte de los rudísimos ataques de los oligarcas, a luchar por la democracia y a recorrer, uno a uno, los casi dos mil quinientos municipios que hay en nuestro país? ¿Cómo no anhelar el reposo que brinda el mundo tropical, rodeado de un verde intenso y de todo tipo de hermosas aves exóticas, cuando tienes décadas de vivir a salto de mata, asechado por todo tipo de aves de rapiña y reptiles venenosos listos a devorarte?
En tus combates en contra de los corruptos, esos pies que hoy claman por descanso te llevaron a sumergirte a las aguas nauseabundas y a los drenajes de la política mexicana, donde habitan las peores alimañas de los poderes fácticos y no fácticos de México, sí, esos que saquearon a manos llenas a México y que hicieron hasta lo imposible por impedirte avanzar en el camino de la transformación de nuestra nación.

Los habitantes de esas cloacas mil veces te metieron zancadillas y mil veces te hicieron caer, pero siempre te levantaste. Sabías que tus pies eran fuertes frente a sus miserias, porque te sabías arropado y querido por la gente.

Las injusticias tampoco te doblegaron y pudiste conocer, gracias a tus múltiples batallas en contra de jueces, magistrados y ministros, el alma podrida de algunos oligarcas. Muy pronto te diste cuenta de que para cambiar a México había que hacer frente a los poderosos medios de comunicación que manipulaban y desinformaban a contentillo de esos mismos oligarcas; también, a poderosos jerarcas eclesiásticos que olvidaron su misión espiritual, mareados como han estado por el dinero en abundancia. En tus combates en contra de las injusticias conociste, como pocos, a esos integrantes del poder Judicial que se doblegaron ante los mejores postores y en no pocos casos ante el crimen organizado que tanto daño le ha hecho a nuestra nación, olvidando, así, su misión de impartir justicia.

Ahí, en esas batallas, conociste el tamaño del monstruo y esa peculiar capacidad que tiene para mutar y multiplicarse, cual cabeza de una hidra. Pero nunca te rendiste porque tus pies siempre te sostuvieron firme y tenaz.

Oligarcas nacionales y trasnacionales, intelectuales, publicistas, periodistas, ministros, dirigentes partidistas, obispos y arzobispos, a bulto, se fueron en contra de tu persona y se dedicaron a pregonar por todos los medios que tú eras un peligro para México. Aunque millones les creyeron, tu resististe embates, embustes y entuertos. Las olas impetuosas de todos los mares cayeron sobre ti, cargadas de odio y de mentiras, pero tus pies resistieron una y otra vez.

Lejos de doblegarte, comenzaste a recorrer los rincones de México; todos. En esos recorridos pudiste tomarle el pulso a la nación y conociste como pocos el corazón generoso de la gente pobre, de la gente buena. Con esa gente comenzaste a tejer la esperanza para México. Tu mejor atributo, el de la honestidad, se la ofreciste a la ciudadanía y ésta la aceptó. La gente te respaldó y votó por ti una, dos y hasta tres veces. Pero los que se auto-declararon dueños de México, de sus recursos y de sus leyes, de sus poderes e instituciones, esos que tenían décadas declarándote la guerra, ordenaron cerrarte, particularmente a ti, con triple candado, las puertas de Palacio Nacional. Decretaron, motu proprio, que tú ahí nunca entrarías. Cuantas veces lo intentaste, te hicieron fraude. Hasta que la ciudadanía se rebeló y dio lugar al tsunami electoral en 2018.

Cuando quisiste poner orden en la casa, destruida como la dejaron, muy pronto te enfrentaste ante un elefante obeso y reumático, que estaba obstruyendo el paso por todos lados. Cuando quisiste moverlo, te diste cuenta de que era prácticamente imposible ponerlo de pie y optaste por darle la vuelta ignorándolo. Entendiste que dejarlo morir, solito, sería lo mejor. Ese elefante reumático se había alimentado de corrupción, impunidad y rapiña, y estaba muy enfermo. Como presidente consideraste que sin los recursos del erario, ese elefante obeso caería muerto, por su propio peso.

Entonces, ignorando al elefante obeso y reumático, te dedicaste a sentar las bases de un México nuevo, menos injusto, más igualitario. Diste comienzo a un nuevo reparto de la riqueza pública, sin tocarle un pelo a los corruptos; creaste nuevos programas sociales y ampliaste la cobertura de los ya existentes. Pusiste nuevos cimientos que nos harán, muy pronto, recuperar nuestra soberanía alimentaria y energética. Trabajaste para dignificar la vida de la gente que vive en condiciones de pobreza y mejoraste los ingresos de los trabajadores. Ello, en medio de la peor embestida mediática en tu contra, de todos los tiempos.
Quienes tenían a México secuestrado te llenaron de insultos e improperios. Esa gente nunca entendió que mientras más te golpeaban más te fortalecían.

Como luchador social y presidente de México no has descansado. Tú sabías que tu presidencia tenía fecha de caducidad y entendiste que si querías hacer cosas por el bien de México tenías que trabajar a marchas forzadas. Lo hiciste y hoy tienes el aplauso y el reconocimiento del ochenta por ciento de la nación. Eres un mexicano que dedicó, con amor, la mitad de su vida a servir a la patria que lo vio nacer. ¡Gracias, presidente!

Presidente Andrés Manuel López Obrador, hoy tus pies te piden reposo. Tu ciclo en la vida política de México concluye, no así tu legado. Nos dejas un ejemplo de lucha, tenacidad, honradez y amor a México. Con tu ejemplo nos demostraste que cuando se tienen los pies bien puestos sobre la tierra, ningún viento nos derrumbará. ¡Gracias!

(Artículo tomado del muro de Facebook de Mi Trinchera Vietnamita).

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