Por Héctor Rodríguez Méndez
El dos de octubre no se olvida porque si algo tiene la memoria es el registro vívido de lo que enaltece o de lo que crispa la vida en sus períodos más álgidos. La memoria cifra entonces, en su profética distancia, los movimientos libertarios que son, serán y han sido definitorios para la historia de este inmenso y hermoso país.
Durante décadas, la izquierda pavimentó el camino a la democracia y la transformación que hoy vivimos. Y la pavimentó con una cauda de movimientos sociales; sindicales, laborales, universitarios, campesinos, obreros, comunales, de género, ambientales, étnicos magisteriales y estudiantiles, entre otros. Durante años, la izquierda Mexicana dio cuenta de un espectro sociocultural pujante y vigoroso, que enarboló las demandas y necesidades más sentidas de los habitantes de este país, en contra del autoritarismo e insensibilidad social del viejo régimen, misma que alcanzó su momento culminante el dos de octubre de 1968.
El dos de octubre Mexicano no se puede entender sin aquel contexto que precedió a la insurrección mundial y emergente de amplios sectores estudiantiles, obreros y ciudadanos en muchos países, especialmente en Praga con la primavera del 68 o con el mayo Francés en Francia. Desde luego no fueron los únicos, porque una ola global recorrió a muchos países y sus regiones. Sin embargo, estos países fueron los que con mayor fuerza, expresaron aquella gran crisis generacional de reacción al totalitarismo, la falta de libertades políticas y derechos civiles, la violencia de las guerras imperialistas, el desempleo, la desigualdad y la pobreza.
Como lo dijo un filósofo en el Mayo francés, “El futuro estaba condenado a su propio fracaso pero una nueva generación imaginaba cambios posibles”.
Sin embargo, el hecho que quizás anticipó como ningún otro, la matanza del dos de octubre, fue la expulsión del campus universitario, a punta de bayoneta, de los estudiantes de la Universidad de Sonora aquella tarde del 17 de mayo de 1967. Ese año, nuestros universitarios habían protagonizado una gigantesca insurrección cívico-estudiantil, buscando el reconocimiento y respeto a la autonomía universitaria, combinándola con el respeto al voto de la ciudadanía, toda vez que el pueblo de Sonora rechazaba enérgicamente una de las prácticas más corruptas en la historia del viejo régimen; la imposición de Faustino Félix Serna como candidato al gobierno del Estado pasando por encima de la voluntad popular, que encontraba en Fausto Romo, un candidato a la altura de las necesidades ciudadanas. Por oponerse a ello, el gobierno federal, violando impunemente la autonomía universitaria y con todo el poder omnipotente que lo caracterizaba, metió al ejército al campus.
Nuestros estudiantes fueron sacados a punta de bayoneta por el tristemente célebre, general Hernández Toledo, responsable directo un año después de la brigada que inició la matanza en Tlatelolco. “Dios, que salva el metal, salva la escoria y cifra en su profética memoria” diría Borges en uno de los mejores poemas escritos sobre la memoria y el olvido.
El preludio Sonorense fue un indicador del actuar de los militares en la plaza de las Tres culturas, un año después, el 2 de octubre.
En los dos meses que van del 26 de julio al 2 de octubre, de 1968, se generó el parteaguas histórico que quebró más de 40 años de autoritarismo y control mediático, en un país que exigía democracia y justicia. En la manifestación que había empezado el 26 de julio donde fueron heridas más de quinientas personas y encerradas como presos políticos, algunas decenas más, se desató la participación popular. La efervescencia estudiantil desatada con la formación del Consejo nacional de Huelga, el día 2 de agosto, catapultó a niveles insospechadas una serie de demandas políticas entre las que se encontraban la libertad de presos políticos, la libertad de expresión y la lucha autoritarismo corrupto y represor del antiguo régimen.
La insensibilidad social y el autoritarismo del sistema político encarnado en el presidente Díaz Ordaz y funcionarios como Luis Echeverría, quién a la postre lo sucedería en la presidencia de la república, no admitió negociación alguna y sí por el contrario respondió con las balas asesinas que segaron la vida de un número indeterminado de estudiantes y personas indefensas en ese lugar. El número estimado es de más de trescientos y los heridos y presos políticos, muchos de ellos, torturados brutalmente, superaron el número de mil. Ninguno de los muchos países, a excepción de Checoslovaquia, que tuvieron movimientos similares, respondieron con la brutalidad y crueldad conque si lo hicieron Díaz Ordaz, sus funcionarios y el ejército del antiguo régimen. Y hay que distinguirlo bien, porque el ejército del gobierno de La Cuarta Transformación es un ejército eminentemente social que cumple con firmeza sus tareas pero sin represión ni tortura alguna.
Más allá de la memoria sangrienta y la crueldad inaudita de lo que como ciudadanos no debemos olvidar, porque eso no debe volver a ocurrir, surge la pregunta obligada. Qué lecciones extraemos, al recordar hoy, a los caídos hace 55 años, en ese espacio emblemático de la cultura Mexicana.
Primero, con la llegada de La Cuarta Transformación a la vida pública de este país, hoy honramos la memoria de los caídos y estamos obligados a escribir la narrativa de nuestra propia historia contemporánea, a partir de los procesos inéditos y caminos abiertos por todos los que quedaron en el camino, hombres, mujeres “y otros desconocidos gigantes, que no hay libro que los aguante”, diría Silvio Rodríguez.
Por ese motivo agradecemos la presencia de nuestro estimado gobernador en este evento en el que se reivindica, desde el gobierno de La Cuarta Transformación, a los mártires de la izquierda. Nuestro gobernador pasará a la historia no sólo como el personaje de más relevancia política en la historia contemporánea de Sonora, sino además como el primer gobernador en Sonora, que ha asistido al reconocimiento y reivindicación de los caídos en el 68.
Dos. Reconocer origen es reconocer destino. El dos de octubre marcó un antes y un después en la vida pública del país. Se colocó a la voluntad ciudadana como un contrapeso real ante el poder despótico y prepotente del antiguo régimen. El binomio entre memoria y lucha política, marcó también un nuevo sentido a la relación entre pueblo-gobierno y su ejercicio del poder. Eso hay que tenerlo presente siempre. El 2 de octubre de 1968, no se olvida.
Además de ello, el ser joven se colocó en una categoría nunca antes vista en las movilizaciones políticas y en el destino social de este país. La Cuarta Transformación nunca hubiera sido posible sin ese eje y parteaguas histórico porque nos dio una enseñanza fundamental. Las revoluciones son pacíficas y se construyen por la vía del voto y la elección democrática. Hay que saber vivir la política con gozo y con alegría, porque para morir, muchos sufrieron antes que nosotros.
Por los caídos en el 68 no hay que guardar más minutos de silencio, hay que proseguir en esta gran tarea de impulsar, consolidar y fortalecer el gran proceso de transformación ganado por ellos, hay que defender y fortalecer lo logrado con persistencia y creatividad, con inteligencia y entusiasmo, con pasión y entrega.
Y quizá el mejor homenaje que les podemos hacer es no abandonar el debate y combate ideológico y cultural, por las necesidades administrativas del Estado. La gran victoria política de la Cuarta Transformación, como la lucha de los caídos en Tlatelolco, no se entiende sin la victoria cultural previa donde las discusiones y defensa del proyecto de las izquierdas, se asentó en las universidades, en los movimientos sindicales y laborales, en las grandes propuestas de los colectivos feministas y de las minorías; en la defensa de los territorios y recursos estratégicos de las zonas indígenas. En las formas mancomunadas de ejercer el poder, en la defensa de los bosques y el agua de los grupos ambientalistas, los de a de veras, no los que comen Sabritas y luego se toman un litro de coca cola. Las grandes defensas hecha en los camiones, en las colonias y barrios urbanos, en las pintas y las mantas, en las radios culturales y comunitarias; en las obras de teatro y la música alternativa, en los volantes que se imprimían en noches y noches de trabajo, en los antiguos mimeógrafos y en cualquier espacio donde hubiera oportunidad de sensibilizar y concientizar a la gente.
Esa es la tarea para los jóvenes, contrarrestar en twiter, Facebook e Instagram cualquier difamación, mentira o calumnia al proyecto colectivo que hoy defendemos. Al igual que lo hicieron los jóvenes de Tlatelolco, en esos dos meses que resquebrajaron, como nunca, el poder omnímodo del viejo régimen y sus medios de comunicación de control masivo. La tarea es hoy, el combate frontal contra los intentos golpistas de la oposición, los golpes blandos, que ahora definen la estrategia para derrocar a los gobiernos progresistas desde el poder judicial. Si abandonamos el campo ideológico de la lucha cultural, la derecha tiene muchos millones de pesos para pagarles a todos los medios de comunicación a su servicio. Y si no, hay que ver cómo, mientras Alejandro Encinas estaba dando el informe sobre Ayotzinapa, la semana pasada, el poder judicial le hace llegar una orden para que no utilize el término de torturador con el acusado y prófugo de la justicia, Tomás Zeron. El video donde se le exhibe como tal, es simplemente aterrador.
Hoy como en el 68, la Cuarta Transformación recupera los valores fundamentales de honestidad, fraternidad, generosidad y colaboración entre iguales, para enfrentar la mezquindad y egoísmo sin límite de los que quieren seguirse perpetuando en el poder y para beneficiarse con los privilegios, a costa del erario público.
Hagamos del acto de gobierno un acto de generosidad, un acto fraterno. Hagamos del servicio público un acto de eficiencia y honradez. Recuperemos lo mejor de nosotros mismos y el espíritu del 68 en un gobierno con, por y para la gente. Ni un paso atrás con la Cuarta Transformación.
¡Que vivan los mártires del 68!
¡Que viva La Cuarta Transformación!
¡Que viva Sonora!
¡Viva México!