Por Alejandro Rozado
Publicación original tomada de:
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Existe una relación directa entre los trenes y el pueblo mexicano. Las vías férreas son el trazo de la prosperidad popular y las locomotoras representan la potencia de una nación a ras de tierra.
El tiempo del progreso se ha equiparado al avance lineal del tren.
La Revolución Mexicana se hizo en ferrocarril y la única gran huelga nacional que ha paralizado al país fue la de los ferrocarrileros en los años 50, conducidos por Campa y Vallejo.
El tren es emocionante: verlo pasar, o viajar en él, graba estampas imborrables en la memoria.
Los documentos visuales de la marcha del Tren Transoceánico -un sueño centenario hecho realidad- a lo largo del Istmo de Tehuantepec dan cuenta de una respiración nacional del nuevo entusiasmo y algarabía popular.
¡Cómo quiere la gente a su presidente! La iconografía de las jornadas de inauguración de obras rieleras como el Tren Maya!
El Insurgente en el Estado de México y el que conecta a Salina Cruz con Coatzacoalcos, así lo constatan.
Imposible no contagiarse de esta sociología amorosa.
El sexenio de Andrés Manuel termina entregando las grandes obras de infraestructura prometidas. El bienestar social sonríe por todo el país. Tiene razón López Obrador cuando sugiere que la continuidad de la 4T debe apoyarse en las grandes inversiones públicas.
Los trenes son el sistema arterial de la nueva república en construcción. El país irradia salud y renovada energía orgánica.
¡Qué belleza!