Por Lizeth Vásquez
Recordar hoy a Salvador Allende provoca sentimientos encontrados.
Por una parte, doy cuenta de que el cariño, la admiración, la solidaridad, el amor y la hermandad no tienen fronteras, caducidad o épocas; por el otro me causa rabia la atrocidad y los excesos con los que Estados Unidos (a través de la CIA) y las complicidades de las fuerzas más oscuras de la derecha chilena ejercieron en contra de un hombre bueno, un humanista y el demócrata más importante de la historia de nuestra América en el siglo pasado.
Hoy se cumplen 50 años de aquel terrible 11 de septiembre, que aunque muchas y muchos no lo vivimos, lo llevamos en la memoria y en el corazón. Esa es la importancia de la Historia. Es maestra de la vida y guía para saber de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Allende es una semilla que se reprodujo en toda América y el mundo.
En México se volvió parte de un fecundo movimiento de transformación que además de inspirarse en Hidalgo, Juárez, Madero y los hermanos Flores Magón, por nombrar algunos, se inspira en la lucha que encabezó el compañero Presidente (como le llamaban todos) Salvador Allende.
Les explico por qué:
Salvador Allende Gossens, como lo expresó en sus palabras finales de hace cincuenta años, buscaba abrir grandes alamedas para que por ellas transitaran mujeres y hombres nuevos, libres y dignos; luchó a lo largo de tres años por una transformación política, económica y social que se fundamentaba principalmente en:
1. Lograr que la mayoría de las chilenos y chilenos participara activa y comprometidamente como protagonista de la vida pública y en el ejercicio de la democracia, entendida esta como una forma de vida y no solo como un proceso electoral limitado a la emisión del voto.
2. Buscaba que el Estado, el sistema institucional y el aparato público estuvieran al servicio de las aspiraciones y los derechos legítimos de la mayoría de las y los chilenos y sus organizaciones.
3. Pugnaba porque las y los trabajadores organizados tuvieran participación en la administración de las empresas tanto del Estado como privadas.
4. Se comprometió por el cumplimiento integral de las garantías y los derechos que la Constitución Política de su país establecía, impidiendo que este fuera limitado mediante disposiciones legales secundarias o a través de la fuerza de los grupos de interés contrarios al cambio democrático.
5. Impulsaba una política económica caracterizada por un claro sentido progresista, popular y nacional, orientándola a producir más y distribuir mejor para elevar el nivel de vida de la población y lograr la plena independencia de Chile.
6. Quería que se otorgaran iguales oportunidades de trabajo, educación, salud, seguridad social y bienestar en general a toda la población, así como que se garantizara el dominio nacional sobre los recursos estratégicos de la economía chilena, como era el caso del cobre.
Lo anteriormente expuesto eran aspiraciones fundamentales de la mayoría de las y los chilenos que inspiraban una serie de medidas prácticas y concretas de gobierno, y que a su vez formaban parte del programa de acción del movimiento de la Unidad Popular, coalición de fuerzas progresistas que llevó a Allende a la presidencia de la República y lo acompañó a lo largo de sus tres años de gobierno.
Se trataba de un proyecto de nación inédito en América Latina para transformar por la vía democrática, cívica y pacífica a la sociedad chilena.
La derecha en todas partes es expresión rancia de discriminación, exclusión, clasismo y xenofobia; es insensible, autoritaria, elitista y racista; no imagina siquiera que alguien pueda tener sus mismos derechos, no concibe que a los adultos mayores, por ejemplo, se les devuelva lo justo. Para ellos la política social es regalar y no retribuir; para ellos no significan nada los esfuerzos de nuestros abuelos y abuelas, de nuestras madres y padres.
Su visión corta y mocha no le permite salir de su burbuja, de sus privilegios innumerables para darse cuenta de que sí le tiendes la mano al otro, a la otra, para levantarle y caminar juntos, vamos a llegar todos a un destino más luminoso.
En Chile derrocaron a un hombre, reprimieron y mataron a su pueblo, que buscaba bienestar, pero solo apagaron sus vidas para encender muchas conciencias más. Bien lo dijo Pablo Neruda: podrán arrancar las flores, pero no podrán impedir la llegada de la primavera.
A partir de un día como hoy, pero de 1973, la dictadura de Pinochet se estableció a sangre y fuego por 17 largos años; en ese tiempo imperaron en Chile la persecución, el miedo y la tristeza.
Hoy recordamos a Allende como un viento fresco de la historia que nos llega al rostro para recordarnos que sigue vigente su épica hazaña por la libertad, la justicia y la soberanía nacional.
Lo recordamos por ser impulsor de una profunda conciencia auténticamente revolucionaria, por ser un ejemplo de lo mucho que se puede amar a la patria; Allende es el legado del ayer que nos impulsa y nos llama con valentía al actuar de hoy.
Su sacrificio no fue en vano.
Vive en sus palabras y sus hechos; se mantiene vigente en su moral indomable a favor de los más desprotegidos y de los intereses más elevados de su nación. Su legado es invencible y es parte del patrimonio universal de todas y todos los que luchan por un mundo mejor.
Con Salvador Allende ayer, hoy y mañana decimos: Hasta la victoria siempre.
El árbol y la herida
De Helga Krebs