El presidente ante la segunda y la cuarta transformación
Por Martín Vélez
La tesis que para obtener licenciatura presentó en 1987 Andrés Manuel López Obrador, joven politólogo que ya desde entonces tenía aires de historiador, resulta muy interesante para los aficionados al estudio de la historia de México. Tesis llamada “La Formación del Estado Nacional (1824 – 1867)” contiene algunos conceptos que permanecen y se expresan en el pensamiento del actual presidente de la república.
Hemos escuchado al presidente señalar que quien dirige la oposición mediática y política contra la Cuarta Transformación de la vida pública de México es una especie de “Supremo Poder Conservador”, que agrupa a algunos de los máximos beneficiarios de la criminal concentración de riqueza, agudizada por décadas de dominio neoliberal. Entre esos beneficiarios desde luego destaca Claudio X. González, líder articulador de la interminable sucesión de alianzas y frentes políticos con los que la derecha se ha opuesto al movimiento de transformación nacional.
Pero el Supremo Poder Conservador es un concepto que aparece en la historia nacional, así lo señala la tesis de AMLO, en 1836, en la segunda de las siete leyes de la constitución conservadora de ese año. Órgano integrado por cinco personas, que por ley no le rendían cuentas sino a Dios y a la opinión pública, tenía facultad para abrogar leyes, desechar sentencias de la Corte, suspender las reuniones del Congreso, suspender incluso al presidente en funciones. Vaya, ese sí que era un Poder Supremo, muy Conservador, cuya función última era precisamente la conservación de los fueros y privilegios de los entes dominantes entonces: el clero y la casta militar. Encima de los poderes de la república, encima del Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, la segunda de las siete leyes de la constitución de 1836 superponía al Supremo Poder Conservador.
Igual sucedió durante el período neoliberal, pero de manera subrepticia, encubierta, vergonzante. La existencia de ese poder oculto, que manda sobre quienes todavía encabezan algunas de las instituciones fundamentales del país, ha sido una denuncia constante del actual presidente, quien ha señalado la existencia de un actual Supremo Poder Conservador, que se distingue de su remoto antecedente histórico solo en el hecho de que ahora no tiene carácter legal.
La lucha contra ese supremo poder conservador fue el propósito del proyecto liberal que desembocó en la segunda transformación. El triunfo de la Reforma permitió el surgimiento de una nueva clase social y política que destrabó el desarrollo económico y permitió el auge que se experimentó durante todo el porfiriato. Antes de eso, se fue incubando un proyecto ideológico que culminó en la Revolución de Ayutla, pero triunfó realmente hasta la derrota de la invasión francesa.
Ahora, el supremo poder conservador es más correoso, resistente. Para empezar no da la cara. Grandes jerarcas económicos y mediáticos se expresan a través de otros. Manejan prácticamente todos los medios de comunicación masiva, disponen de una variedad de partidos políticos hasta hace poco dominantes, administran importantes redes sociales y a su servicio tienen miles de creadores de contenido. A su servicio están también la gran mayoría de los “impartidores de justicia”, además de muchos de quienes encabezan las instituciones que se crearon durante el período neoliberal para cercenar o privatizar facultades del Estado. Con todo lo anterior a su servicio, el supremo poder conservador de la actualidad no requiere siquiera presentarse.
Fue necesario el triunfo del movimiento social que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador para que millones de mexicanos tomaran conciencia de la existencia de este poder superior, que se benefició del saqueo de las riquezas nacionales. Esa toma de conocimiento, esa revolución de las conciencias es el máximo logro del actual gobierno federal, y es además su mayor fortaleza, frente a quienes pretenden retrogradar la transformación.
El reciente anuncio de que millones de mexicanos salieron de la pobreza, acompañado de una importante reducción de la desigualdad social en los años del presidente Andrés Manuel, ponen en relieve que la Cuarta Transformación, así como se logró con el triunfo del movimiento juarista, tiene el potencial de generar un duradero período de desarrollo nacional compartido.
Pero, a diferencia de la segunda transformación, que permitió el crecimiento de la clase capitalista en México, la Cuarta Transformación basa su potencial en el desarrollo de la capacidad económica de las amplias mayorías. Así se está demostrando. El incremento de la masa salarial, el desarrollo del mercado interno, en virtud de la aplicación de una política económica de “por el bien de todos, primero los pobres”, permite ahora mejores oportunidades para todos, inclusive para los más ricos.
Y todo empezó hace 36 años, como proyecto ideológico en ciernes, con la presentación de una tesis de licenciatura de un desconocido funcionario público que andaba trabajando con indígenas chontales, en su natal Tabasco. Hoy, ya maduro, a punto de su retiro, ese mismo funcionario es el que, junto a millones que lo acompañan y lo sostienen, ha abierto las vías para el desarrollo presente y futuro del país.
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