COLUMNA: Serenidad y paciencia
Por Juan I. Ramírez
Un empresario es creativo, arriesga, compite, genera empleos y está alerta para adaptarse a las cambiantes situaciones del mercado. Por eso debe respetarse a quien emprenda un negocio honesto.
A contraparte, está el traficante de influencias. El que por relaciones y mochadas con gobernantes o desde el gobierno mismo, hace dinero a costa del erario público.
Es el caso de Xóchitl Gálvez, cuya pequeña empresa pasó a hacer multimillonaria al amparo del poder político. Favorecida por el foxismo, primero, y luego como alcaldesa de la Delegación Cuauhtémoc en la Ciudad de México, aprovechó sus puestos y relaciones para beneficiar a su “negocio» cobrando buenas cantidades por proyectos poco sustanciales a cambio de facilitar inversiones ilegales o contratos de obra encarecidos.
Vil influyentismo político.
La señora X no tiene nada que presumir como empresaria, y se molesta cuando se le acusa de venta de influencias. Ella, que se dedicó a hostigar al hijo mayor del Presidente AMLO (que no es servidor público), a su familia y hasta su casa.
Así son los conservadores, hipócritas y doble moral.
Y así es la señora X –a quien Claudio X y su núcleo de intereses neoliberales– pretendían encumbrar como la gran revelación.
La jugada no les salió, ni les saldrá, pues el pueblo mexicano está cada vez más informado y ningún engaño los hará votar por los corruptos del pasado que la 4T busca dejar atrás.