Primera parte
La realidad a la que se enfrentan diversos países de economías avanzadas y mercados emergentes, es una inflación más alta y un crecimiento económico más lento, conocido como estanflación.
Es importante señalar que la pandemia de COVID-19 obligó a muchos sectores a cerrar, interrumpió y fragmento las cadenas de suministro globales y produjo una reducción aparentemente persistente en la oferta laboral, esto es, el Covid afectó la producción, los precios de los bienes, así como el mercado laboral de muchos países.
Después vino la invasión Rusa a Ucrania, que hizo subir el precio de la energía, los metales industriales, los alimentos y los fertilizantes. Y en semanas recientes China ha ordenado fuerte bloqueos a causa del Covid en los principales polos económicos como Shanghái, causando alteraciones adicionales en la cadena de suministro y cuellos de botella en el transporte.
Existen muchas razones para temer que las condiciones estanflacionarias de hoy continúen caracterizando a la economía global, generando mayor inflación, menor crecimiento y posiblemente recesiones en muchas economías.
El resquebrajamiento del proceso de globalización
Desde hace años planteamos la hipótesis de que el proceso de globalización está en una fase de resquebrajamiento y del retorno de diversas formas de proteccionismo.
Durante las últimas décadas, la globalización ha impulsado a las empresas a diseñar e implementar estrategias de negocio destinadas a aprovechar la competitividad de cada región, ajustando y adaptando el valor de sus cadenas de suministro a nivel productivo, comercial y de inversión.
La fragmentación de la producción ha ido acelerándose desde 1995, a través de las ventajas de especialización y de costes de diferentes procesos y tareas, especialmente tras la apertura de China, India, y otras economías emergentes, que han aumentado extraordinariamente la aportación mundial de mano de obra poco especializada y de menor coste.
Además, la enorme caída de los costes de las comunicaciones y de la coordinación, debida a las nuevas tecnologías, ha permitido que sea cada vez más rentable fragmentar la producción de cada bien en más países, y concentrar cada tarea o parte de su producción total en los países con los menores costes totales. Ha sido un paso muy importante, ya que reduce los movimientos migratorios, aumenta la renta de los países menos desarrollados y permite que los productos finales sean menos caros.
Al parecer está en retirada esa conceptualización de la globalización, ya que las crecientes tensiones geopolíticas y la alteración de las cadenas de suministro que dejó la pandemia probablemente deriven en un mayor desplazamiento de la fabricación de China y los mercados emergentes a las economías avanzadas –o por lo menos una deslocalización cercana a grupos de países aliados políticamente. Existe una alta posibilidad de que la producción sea asignada a regiones y países más caros, lo que generaría una mayor inflación en el futuro cercano.
Por otra parte, el envejecimiento demográfico en las economías avanzadas y algunos mercados emergentes claves, como China, Rusia y Corea del Sur, seguirá reduciendo la oferta de mano de obra, causando una inflación salarial. Y como la gente mayor tiende a gastar sus ahorros, y considerando que muchos de ellos ya no están en el mercado laboral, el crecimiento de este grupo se sumará a las presiones inflacionarias, reduciendo al mismo tiempo el potencial de crecimiento de la economía.
Además, la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China tendrá efectos estanflacionarios de amplio alcance. Este enfrentamiento implica fragmentación de la economía global, balcanización de las cadenas de suministro, y restricciones más severas al comercio en tecnología, datos e información, elementos clave de los patrones comerciales futuros.
Las tensiones que estos cambios están produciendo se hacen más evidentes en las crecientes disputas comerciales, afectando con ello los precios de los productos.
El impacto de la guerra entre Rusia y Ucrania está relacionado con los efectos de la crisis en la economía global. Con la guerra, los precios de las materias primas se han disparado, especialmente el petróleo, los productos agrícolas y los metales. Por primera vez en muchas décadas debemos tener en cuenta el riesgo de que los conflictos militares de gran escala alteren el comercio y la producción global generando procesos recesivos a escala mundial.